Gabriel García Márquez nació en Aracataca (Magdalena), el 6 de
marzo de 1927. Creció como niño único entre sus abuelos maternos y sus tías,
pues sus padres, el telegrafista Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga
Márquez, se fueron a vivir, cuando Gabriel sólo contaba con cinco años, a la
población de Sucre, donde don Gabriel Eligio montó una farmacia y donde
tuvieron a la mayoría de sus once hijos.
Los abuelos eran dos personajes bien particulares y marcaron el periplo
literario del futuro Nobel: el coronel Nicolás Márquez, veterano de la guerra
de los Mil Días, le contaba al pequeño Gabriel infinidad de historias de su
juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, lo llevaba al circo y al cine,
y fue su cordón umbilical con la historia y con la realidad. Doña Tranquilina
Iguarán, su cegatona abuela, se la pasaba siempre contando fábulas y leyendas
familiares, mientras organizaba la vida de los miembros de la casa de acuerdo
con los mensajes que recibía en sueños: ella fue la fuente de la visión mágica,
supersticiosa y sobrenatural de la realidad. Entre sus tías la que más lo marcó
fue Francisca, quien tejió su propio sudario para dar fin a su vida.
El estudio de leyes no era propiamente su pasión, pero logró
consolidar su vocación de escritor, pues el 13 de septiembre de 1947 se publicó
su primer cuento, La tercera resignación, en el suplemento Fin de
Semana, nº 80, de El Espectador, dirigido por Eduardo Zalamea Borda (Ulises),
quien en la presentación del relato escribió que García Márquez era el nuevo
genio de la literatura colombiana; las ilustraciones del cuento estuvieron a
cargo de Hernán Merino. A las pocas semanas apareció un segundo cuento: Eva
está dentro de un gato.
En la Universidad Nacional permaneció sólo hasta el 9 de abril de
1948, pues, a consecuencia del "Bogotazo", la Universidad se cerró
indefinidamente. García Márquez perdió muchos libros y manuscritos en el
incendio de la pensión donde vivía y se vio obligado a pedir traslado a la
Universidad de Cartagena, donde siguió siendo un alumno irregular. Nunca se
graduó, pero inició una de sus principales actividades periodísticas: la de
columnista. Manuel Zapata Olivella le consiguió una columna diaria en el recién
fundado periódico El Universal.
A principios de los años cuarenta comenzó a gestarse en
Barranquilla una especie de asociación de amigos de la literatura que se llamó
el Grupo de Barranquilla; su cabeza rectora era don Ramón Vinyes. El
"sabio catalán", dueño de una librería en la que se vendía lo mejor
de la literatura española, italiana, francesa e inglesa, orientaba al grupo en
las lecturas, analizaba autores, desmontaba obras y las volvía a armar, lo que
permitía descubrir los trucos de que se servían los novelistas. La otra cabeza
era José Félix Fuenmayor, que proponía los temas y enseñaba a los jóvenes
escritores en ciernes (Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germán
Vargas, entre otros) la manera de no caer en lo folclórico.
Gabriel García Márquez se vinculó a ese grupo. Al principio
viajaba desde Cartagena a Barranquilla cada vez que podía. Luego, gracias a una
neumonía que le obligó a recluirse en Sucre, cambió su trabajo en El Universal
por una columna diaria en El Heraldo de Barranquilla, que apareció a partir de
enero de 1950 bajo el encabezado de "La girafa" y firmada por
"Septimus".
Los miembros del Grupo de
Barranquilla fundaron un periódico de vida muy fugaz, Crónica, que según ellos
sirvió para dar rienda suelta a sus inquietudes intelectuales. El director era
Alfonso Fuenmayor, el jefe de redacción Gabriel García Márquez, el ilustrador
Alejandro Obregón, y sus colaboradores fueron, entre otros, Julio Mario Santo
domingo, Meira del Mar, Benjamín Sarta, Juan B. Fernández y Gonzalo González.
A principios de 1950, cuando ya tenía muy adelantada su primera
novela, titulada entonces La casa, acompañó a doña Luisa Santiaga al
pequeño, caliente y polvoriento Aracataca, con el fin de vender la vieja casa
en donde él se había criado. Comprendió entonces que estaba escribiendo una
novela falsa, pues su pueblo no era siquiera una sombra de lo que había
conocido en su niñez; a la obra en curso le cambió el título por La
hojarasca, y el pueblo ya no fue Aracataca, sino Macondo, en honor de los
corpulentos árboles de la familia de las bombáceas, comunes en la región y
semejantes a las ceibas, que alcanzan una altura de entre treinta y cuarenta
metros.
En 1947, presionado por sus padres, se trasladó a Bogotá a
estudiar derecho en la Universidad Nacional, donde tuvo como profesor a Alfonso
López Michelsen y donde se hizo amigo de Camilo Torres Restrepo. La capital del
país fue para García Márquez la ciudad del mundo (y las conoce casi todas) que
más lo impresionó, pues era una ciudad gris, fría, donde todo el mundo se
vestía con ropa muy abrigada y negra. Al igual que en Zipaquirá, García Márquez
se llegó a sentir como un extraño, en un país distinto al suyo: Bogotá era
entonces "una ciudad colonial, (...) de gentes En ese año de 1955, García
Márquez ganó el primer premio en el concurso de la Asociación de Escritores y
Artistas; publicó La hojarasca y un extenso reportaje, por entregas, Relato de un
náufrago, el cual fue censurado por el régimen del general
Gustavo Rojas Pinilla, por lo que las directivas de El Espectador decidieron
que Gabriel García Márquez saliera del país rumbo a Ginebra, para cubrir la
conferencia de los Cuatro Grandes, y luego a Roma, donde el papa Pío XII
aparentemente agonizaba. En la capital italiana asistió, por unas semanas, al
Centro Sperimentale di Cinema.
introvertidas y silenciosas, todo lo contrario al Caribe, en
donde la gente sentía la presencia de otros seres fenomenales aunque éstos no
estuvieran allí".
Cuatro años estuvo ausente de Colombia. Vivió una
larga temporada en París, y recorrió Polonia y Hungría, la República
Democrática Alemana, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Continuó como
corresponsal de El Espectador, aunque en precarias condiciones, pues si bien
escribió dos novelas, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora, vivía pobre a morir, esperando
el giro mensual que El Espectador debía enviar pero que demoraba debido a las
dificultades del diario con el régimen de Rojas Pinilla. Esta situación se
refleja en El coronel, donde se relata la desesperanza de un viejo
oficial de la guerra de los Mil Días aguardando la carta oficial que había de
anunciarle la pensión de retiro a que tiene derecho. Además, fue corresponsal
de El Independiente, cuando El Espectador fue clausurado por la dictadura, y
colaboró también con la revista venezolana Élite y la colombianísima Cromos.
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